SE ARRUINÓ LA CARA POR AMOR: La leyenda de la Quemada

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Ya hemos hablado sobre personajes que acaban con su propia vida o que asesinan “en nombre del amor”, atrapados entre las tantas leyendas coloniales que se narran en México; ejemplo de ello son los eventos macabros del Callejón Salsipuedes –da clic en el enlace para leer–. Sin embargo ¿puede existir un acto más desesperado que los anteriores? La historia de la calle de la Quemada nos ofrece una terrible posibilidad.

Y es que ¿qué otro lugar puede estar más repleto de anécdotas, leyendas y secretos, que la Ciudad de México? En lo que hoy es la calle Jesús María que atraviesa Corregidora, Venustiano Carranza, República de Uruguay, entre otras; ocurrieron una serie de sucesos trágicos y muy sorprendentes durante tiempos de la Nueva España. Una mujer decidió flagelarse de forma sanguinaria debido a su amado. ¿Quieres saber de qué se trata? Chismecito abajo.

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Una mujer angelical

Beatriz era una señorita de 20 años, que llegó a la Ciudad de México en el siglo XVI, junto con su padre Gonzalo Espinosa de Guevara, ambos procedentes de la Villa de Illescas, España. El señor vino como encomendado, y traía con él una jugosa fortuna que acrecentó aún más mediante negocios, minas y encomiendas. Vamos, que la cosa comienza interesante. Ellos llevaban una vida segura en el Centro Histórico, aunque Don Gonzalo estaba acostumbrado a trasladarse y dejar a su hija sola.

La joven en cuestión resaltaba en el mundo por todas sus cualidades de cuento de hadas: poseía un cuerpo bien formado, rostro hermoso, blancura de azucena, así como una abundante y sedosa cabellera que caía por sus finos hombros y formaba una cascada que acariciaba la curvatura de su espalda. Su grandiosa hermosura era igual que su bondad y dulzura; pues a pesar de pertenecer a una clase pudiente y llevar una vida llena de privilegios, disfrutaba de ayudar a los más necesitados, y siempre acudía a brindar apoyo a la gente que se acercaba a ella. Incluso destacó en sus labores benéficas curando a enfermos de la peste y dando apoyo económico para medicinas a quienes no tenían dinero suficiente. En resumen, la mujer perfecta.

Debido a esto, como era de esperarse, estaba acostumbrada a que más de un mugroso zopilote pretendiera sus amores –y de paso su fortuna cof cof– invitándola a salir. Aunque durante mucho tiempo nadie logró flechar su corazón.

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Un amante violento

Eventualmente cayó, y el ganador fue el joven italiano Martín de Scúpoli, quien de igual forma tenía una posición destacada al ser marqués de Piamonte. En cuanto Beatriz lo conoció, quedó fascinada. Pero con el paso de los días su relación se fue haciendo más intensa; Martín le mandaba muchas cartas de amor, y le dedicaba una infinidad de versos románticos que ella acostumbraba guardar en un cofre, como si de piedras preciosas se trataran. Beatriz estaba tan enamorada, que no vio las banderas rojas antes de que los problemas comenzaran a llegar.

Resulta que el marqués, al ver que la jovencita era observada por todas las personas cuando salían a caminar, empezó a celarla. Llegó a adorarla y “cuidarla” a tal grado, que cada noche se plantaba frente a su casa, esperando a que algún galán distraído le llevara serenata, le dejara una carta o tocara su puerta. Estos simples motivos eran suficientes para que Martín desenvainara su espada y los retara a un duelo de muerte… y es que como espadachín se destacaba por ser invencible. Así, de vez en cuando, cuando Beatriz abría las puertas de su casa por la mañana, se encontraba con los charcos de sangre de aquellos hombres que habían luchado e incluso muerto por ella.

Espeluznante ¿verdad?

Por supuesto, llegó el momento en que ningún otro hombre que no fueran el marqués o don Gonzalo, podía acercarse a la chica.

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Final trágico, pero… ¿feliz?

Beatriz estaba asustada por las conductas violentas de su amado. En numerosas ocasiones intentó hablar con él, pero era inútil, pues el hombre ya había perdido la cabeza. Todos estos crímenes atroces en su nombre, hundieron a la joven en una tristeza profunda, invencible, pues le resultaba intolerable ver sufrir a los demás. Fue así como decidió poner un alto a esta situación que le arrebataba el sueño. Una noche, después de rezar ante la imagen de Santa Lucía, se dirigió a la cocina, tomó un brasero, le puso carbón y cuando las brasas se hicieron intensas, sumergió su hermoso rostro en el recipiente humeante.

El olor a carne quemada se esparció por la casa, doña Beatriz pegó terribles gritos de dolor y cayó desmayada junto al anafre. A pesar de que las sirvientas corrieron a auxiliarla, ya era muy tarde y su rostro ya tenía daños severos. Mandaron a traer al fraile Fray Marcos de Jesús y Gracia, quien quiso colocarle hierbas y vinagre sobre sus heridas, al tiempo que le preguntaba qué le había ocurrido. Ella le confesó que deseaba acabar con su belleza, porque así Martín de Piamonte dejaría de amarla y los duelos en la calleja terminarían para siempre.

En cuanto se enteró, el italiano fue de prisa a la casa de su novia y la encontró sentada en un sillón, con el rostro cubierto por un velo negro manchado con tenues gotitas de sangre. Tras muchos cuidados la descubrió, quedando atónito ante escena tan triste. Miró los agujeros, las mejillas con cráteres abiertos y unos labios de mueca desfigurada. El marqués se arrodilló y le dijo: "Beatriz, yo te amo no por tu belleza física, sino por tus cualidades morales; eres buena y generosa, eres noble y tu alma es inmensa”. Ambos lloraron con amargura, e incluso él le pidió matrimonio, prometiendo no volver a cometer ningún crimen.

Al poco tiempo se casaron en el templo La Profesa, una iglesia que se ubica en la esquina de las calles Madero e Isabel la Católica, en el Centro Histórico. Sin embargo, Beatriz no volvió a ser la misma; desde entonces acostumbró llevar un velo negro que le cubría el rostro, alguna vez hermoso.

¿Qué opinas de esta leyenda? La versión romantizada es triste y conmovedora, pero… ¿habrá sido en verdad así? Nosotros tenemos nuestras sospechas, considerando la toxicidad del marqués. ¿Tú qué dices? ¿Ya la conocías?  

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