EL CHICLE, otro icónico aporte de México al mundo

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¿Quién no ha formado una bomba de chicle alguna vez en su vida? Es una experiencia muy divertida… aunque bastante pegajosa también. Sus colores vivos, la enorme gama de sabores que existen, hacen de esta golosina algo tan adictivo como presente en la cultura popular mundial. Sin embargo ¿sabías que este es otro de los tantos aportes de México al mundo? Sí, tal como las palomitas de maíz o la ensalada César.

A continuación, te contamos cómo inició esta increíble tradición.

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Érase una vez en la gran Tenochtitlan

Aunque sea difícil de creer, la goma de mascar nació en la época prehispánica gracias a los mayas. Ellos lo llamaron “sicte” y le dieron diferentes usos, como provocar la salivación cuando el agua escaseaba, o limpiar su boca; algo como la función de los chicles mentolados en la actualidad. Lo extraían del chicozapote, un árbol 100% mexicano.

Fray Bernardino de Sahagún contaba en su Historia general de las cosas de la Nueva España (1540) que las mujeres mascaban el “tzictli” –su variante en náhuatl– para “echar la reuma y también porque no les hieda la boca […] y por aquello no sean desechadas”. Solían hacerlo sólo las personas adultas, y no en público, pues en la antigua Tenochtitlan existían reglas sociales al respecto, que posiblemente proviniesen de una tradición más antigua. Fascinante ¿verdad? Da clic aquí para conocer más acerca del México prehispánico.

El hábito de mascar chicle se mantuvo de manera marginal durante la Colonia, hasta que la demanda de chicle natural se expandió. Pero, antes de adelantarnos a la conquista mundial ¿sabes cómo se elaboraba entonces?

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La sorprendente labor del chiclero

Hoy en día aún existen personas que se dedican a producir el chicle de forma artesanal, tal como se elaboraba en la antigüedad. El proceso se realiza en temporada de lluvias, y consiste en realizar cortes en tipo zigzag desde lo más alto del árbol del chicozapote hasta la base. Después golpean el tronco con un machete hasta que de esas incisiones comienza a salir savia.

La labor de los chicleros es dura y a veces peligrosa. Imagina lo siguiente: trabajan en la selva durante la época más húmeda del año, por lo que andan constantemente mojados y soportan sin descanso los piquetes de los mosquitos. Armados con un filoso machete, se trepan a árboles que llegan a medir más de 40 metros de altura, sólo con la ayuda de garfios en las botas y una soga atada alrededor de la cintura, sujeta al tronco. Suena difícil y muy arriesgado ¿verdad?

Sin embargo, cuando el día finaliza, todo habrá valido la pena. El látex caído se recolecta en bolsas, se filtra y se pone a hervir en pailas metálicas. Así, el producto pierde su humedad y se torna pegajoso, hasta que se cuece. Una vez frío, se coloca en moldes de madera y se consiguen los ladrillos conocidos como “marquetas”. Sólo míralos ¿no se te antoja probarlos?

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De México para el mundo

Con todo este esfuerzo, hoy en día la golosina se produce de forma masiva mediante otro tipo de métodos, y Antonio López de Santa Anna fue el culpable directo de esto. Durante su exilio en Estados Unidos, llevó un cargamento de chicles producidos orgánicamente. Al llegar al país vecino se hizo amigo de Thomas Adams, quien se interesó por el invento maya, tanto así que decidió hacer su propia versión: sustituyó la savia con derivados del petróleo que le brindaran la misma elasticidad a su producto.

Por supuesto, esta es la fórmula que la mayoría continuamos consumiendo. Sin embargo, lo más recomendable es prestar atención a los productores de chicle en nuestro país, quienes preservan los saberes prehispánicos. ¿Conocías todos estos datos sorprendentes? ¿Te gustaría probar el “tzictli” original? ¡Cuéntanos en la sección de comentarios!

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