La historia de Santa Anna y su pierna

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Antonio López de Santa Anna, mejor conocido como “el infame traidor vende patrias de México”, ciertamente representa un capítulo negro y muy caótico en la historia de nuestra nación. El 2 de febrero de 1848, este señor vendió parte del territorio mexicano a Estados Unidos en el tratado de Guadalupe-Hidalgo; gobernó el país once veces de forma intermitente, siempre abandonando sus obligaciones de forma temprana; y llegó a ser reconocido por sus desvaríos e ínfulas de grandeza.

Sin embargo, hoy no nos corresponde criticar su mandato ni exponer su impacto o importancia. En cambio, queremos revisar aquella curiosa anécdota que lo involucra a él y a su pierna, pues hacia 1838 se convirtieron en dos entes con suertes separadas. Sí, el pobre Santa Anna perdió su pierna durante la Guerra de los Pasteles, pero lo extraordinario del caso se encuentra en todos los esfuerzos que éste hizo para mantenerla consigo, para darle la sepultura con honores que merecía, y después simplemente verla ser arrastrada por todo el zócalo de la CDMX durante una protesta en su contra.

¡Quédate para saberlo todo!

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Sobre la pérdida

Antes de que Santa Anna asumiera la presidencia por cuarta vez, era general en el ejército. Un día, algunos de sus oficiales almorzaron en el restaurante del señor Remontel, un francés que había llegado a México para abrir una pastelería. Sin embargo, éstos comieron sin pagar y generaron destrozos en el local, por lo que el señor pidió como indemnización al gobierno de México la cantidad de 60,000 pesos.

Ya que la presidencia de México se negó a pagar, el gobierno francés decidió intervenir con 10 navíos llenos de soldados que desembarcaron en Veracruz. Así inició la muy conocida Guerra de los Pasteles. En este conflicto, Santa Anna desempeñaba el papel de general, y perdió su pierna durante un enfrentamiento en el puerto de Veracruz, en 1838. Una bala de cañón lo alcanzó y tuvieron que amputársela para salvarle la vida. Trágico ¿no crees?

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Sobre el funeral y su santa sepultura

Afectado por este hecho –y cómo no–, nuestro protagonista mandó a enterrar su pierna en su hacienda y lugar de retiro Manga de Calvo en Veracruz, con una ceremonia religiosa y todos los honores militares. Algunos podrían considerarlo extravagante, sin embargo, el expresidente debió pensar que aquello no era suficiente, por lo que tiempo después los restos fueron desenterrados para trasladarlos a la capital. Así, metida en una vitrina de cristal, la pierna recorrió los senderos de Veracruz a la Ciudad de México, acompañada de un cortejo fúnebre y aclamaciones por parte de los simpatizantes de Santa Anna.

Una vez en el cementerio de Santa Paula –hoy Paseo de la Reforma–, varias personas le dedicaron exagerados discursos a la pierna muerta. Algunos la trataban como un amigo de años al que le debían la vida y otros, como don Ignacio Sierra y Rosso, le hablaron como a un valeroso soldado:

¡Y tú, Héroe del Pánuco y Veracruz! Tú, cuya vida conserva el cielo para nuestra ventura, gózate y recibe el mensaje purísimo que tributamos a tus glorias. Tu nombre durará hasta el día que el sol se apague, y las estrellas y los planetas vuelvan al caos donde durmieron antes.

Santa Anna mandó a erigir una columna en el cementero, sobre una alta gradería. Encima de un chapitel dorado se colocó su pequeño sarcófago, y sobre éste un mini cañón de artillería con el águila mexicana. Bien raro ¿no?

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Sobre la revolcada

Para 1844, Santa Anna fue sometido a juicio por traición… y adivina qué. Sí, la pierna pagó las consecuencias: fue arrebatada de su lugar sagrado por una turba furiosa en contra de Su Alteza Serenísima –como se hacía llamar el expresidente–, y la arrastraron por toda la ciudad como una forma de humillación, al grito de “¡Muera Santa Anna!”

Después de aquel desastre, nadie supo dónde acabó la extremidad perdida.

Sobre el último adiós

Para un militar orgulloso como Santa Anna, andar por la vida sin una pierna era inconcebible, por lo que mandó fabricar una prótesis de madera… aunque el gusto de tenerla no le duró mucho tiempo. En 1847, durante la guerra contra Estados Unidos, Santa Anna volvió a perder su pierna durante la huida de la Batalla de Cerro Gordo. ¡Estaba salado!

La prótesis fue encontrada por los militares estadounidenses que lo perseguían, junto con un pollo y 16 pesos en oro. Se dice que los invasores jugaron con ella en el primer partido de béisbol celebrado en México, y luego la conservaron como un trofeo que ahora yace en una vitrina del Museo de la Guardia, en el Camp Lincoln de Springfield.

Sin duda, esta serie de anécdotas absurdas nos hacen cuestionarnos muchas cosas; sobre todo, las costumbres y valores de la época. ¿Qué opinas al respecto? ¿Te sabías este capítulo histórico en torno a la pierna amputada más célebre de México? Cuéntanos lo que piensas en comentarios.

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