El travieso origen del camote poblano

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¿Qué delicia es más poblana que un dulce de camote? Ninguna, no hay, no existe. Porque podemos encontrarlos en cualquier esquina del estado; tanto así que, con el tiempo, se han convertido en mucho más que golosinas: son un emblema rico y colorido de Puebla.

Como sabrás, la palabra “camote” proviene del náhuatl “camohtli”, y se trata de un tubérculo muy parecido a la papa, aunque con un sabor más dulce. En tierras poblanas se cocina con azúcar, esencia de limón y naranja. Además, su presentación es simpática y muy distinta a la de otros dulces, pues consiste en una pasta hecha tubo, que después se envuelve en papel encerado y se guarda en cajitas. Así, el resultado es delicioso e inconfundible.

Seguramente los has probado en más de una ocasión, pero ¿sabías que su origen es muy curioso y divertido? ¡Aquí te lo contamos!

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Una dulce broma

Existen varias leyendas acerca de cómo surgió este dulce. Una menciona que ocurrió en el siglo XVII, cuando el camote llegó a Puebla; aunque cabe mencionar que el tubérculo se cultiva desde hace más de 8000 años en el continente americano.

Se dice que en un pueblo cercano a la Ciudad de Puebla existía un convento de monjas dedicadas a la enseñanza para niños; aunque otras versiones hablan de un convento como cualquier otro. Fue uno de estos chicos, o quizás una monja joven, quien decidió jugarle una broma a otra religiosa que había colocado una olla al fuego.

Las manos traviesas tomaron un camote, lo echaron a la olla, lo revolvieron con azúcar y lo batieron para que se formara una masa que fuera difícil de quitar a la hora de lavar. Al poco rato la monja que cocinaba regresó, y halló una pasta que lucía poco apetitosa; confundida, decidió probarla y descubrió que sabía muy bien. Con el tiempo, se le añadieron otros ingredientes, y así nacieron los camotes.

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Otra leyenda asegura que fueron creados en Oaxtepec, por una muchacha llamada María Guadalupe, quien se ordenó en el convento de Santa Clara de Jesús. Cierto día, ella pensó enviarle un regalo a su padre, por lo que fue a la huerta del convento, recogió algunos camotes y formó la masa que conocemos. Después, la envolvió con papel, formando los clásicos cilindros, y así la envió a su padre, iniciándose una gran tradición que perdura hasta la actualidad.

¿Cuál historia te gusta más? ¿Conoces otra? ¿Has probado los deliciosos camotes poblanos? ¡Cuéntanos en los comentarios!

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