EL AMOR ES UNA GUERRA: 2 romances revolucionarios que debes conocer

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Pues dicen que vino el remolino y nos alevantó… la Revolución, descrita de esta forma, suena un poco a lo que sucede cuando el amor nos pega con tubo ¿no crees? A propósito del próximo 20 de noviembre, reflexionamos que, a comparación de los héroes independentistas, los revolucionarios son retratados más humanos, más de carne y hueso… ¡pues vaya que cometieron errores! Justo por este motivo, han surgido un montón de incógnitas en torno a su vida personal, más allá del campo de batalla: Que si Zapata fue mujeriego o permanecía en el clóset, que si Doroteo fue un simple bandido, o muchos disparates más que historiadores se han dedicado a investigar para desmentir, o acaso verificar.

En esta entrega de chismecito añejo, queremos develar los amores de dos figuras antagónicas en todo sentido: Don Porfirio Díaz y Pancho Villa, dejando al resto para futuras publicaciones. ¿Quién de los dos robará tu corazón con su historia? Prepárate un cafecito, porque lo averiguaremos a continuación.

Si te perdiste la primera parte, dedicada a amores insurgentes, puedes leerla aquí.

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Hija o esposa, pero mía: el matrimonio incestuoso de Porfirio Díaz

Don Porfirio Díaz conocía a Delfina Ortega, hija de su hermana Manuela, desde la cuna. Era quince años mayor que ella, pero, a pesar de que sus deberes militares lo traían siempre del tingo al tango, cuando regresaba a la capital oaxaqueña se daba tiempo para visitarla. Desde entonces mostraba cierto interés sospechoso. Por supuesto, durante los años de guerra, Díaz dedicó algunas horas al amor fugaz; pero en cuanto decidió dar el paso definitivo hacia el registro civil –instituido apenas ocho años atrás, en 1859, por las leyes de Reforma, no dudó en lanzarse a su sobrina.

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Le propuso matrimonio por medio de una carta el 8 de marzo de 1867, de una forma áspera para la época, como si solicitara instrucciones a sus superiores. Un poco torpe, además, principalmente por lo extraño que resulta el dilema que propone a la joven. La epístola en cuestión decía:

“Querida Fina:

Estoy muy ocupado y por eso seré demasiado corto no obstante la gravedad del negocio que voy a proponerte a discusión y que tú resolverás con una sola palabra.

Es evidente que un hombre debe de elegir para esposa a la mujer que más ame entre todas las mujeres si tiene seguridad de ser de ella amado, y lo es también que en la balanza de mi corazón no tienes rival, faltándome de ser comprendido y correspondido; y sentados estos precedentes, no hay razón para que yo permanezca en silencio ni para que deje al tiempo lo que puede ser inmediatamente. Éste es mi deseo y lo someto a tu juicio, rogándote que me contestes lo que te parezca con la seguridad de que si es negativo no por eso bajarás un punto en mi estimación, y en ese caso te adoptaré judicialmente por hija para darte un nuevo carácter que te estreche más a mí, y me abstendré de casarme mientras vivas para poder concentrar en ti todo el amor de un verdadero padre.

(…) Si me quieres dime sí, o no, claro y pronto. (…)”

Hija o esposa, lo que fuera le pedía, con tal de que permaneciera a su lado; así, Delfina optó por contraer nupcias con el desesperado de Porfirio, porque a fin de cuentas sí lo quería. Sin embargo, debido a los lazos sanguíneos que los unían, tuvieron que pagar una vergonzosa multa, mientras que el matrimonio religioso no se realizó. Con el paso del tiempo llegaron sus hijos Porfirio y Luz, únicos frutos de los seis embarazos que sobrevivieron hasta la edad adulta.

El 2 de abril de 1880, no obstante, la esposa de Díaz Mori dio a luz a su última hija Francisca, que veintisiete horas después de su nacimiento murió por anemia congénita. En consecuencia, Delfina quedó muy débil, condición que alertó a los médicos y quitó la esperanza a su marido. Temerosa de morir sin el perdón de la Iglesia, como última voluntad le pidió a Porfirio que hiciera lo necesario para que un sacerdote oficiara su matrimonio religioso.

El asunto, sin embargo, tenía sus negritos en el arroz: ante la Iglesia, el parentesco era un obstáculo tan grande como el hecho de que en 1857 Díaz hubiese jurado la Constitución liberal. Por tanto, era necesaria una retractación por parte del general oaxaqueño. Como última muestra de su amor, movió mar y tierra –cof cof sí se retractó públicamente, qué oso cof cof–, y la pareja contrajo matrimonio el 7 de abril. Un día más tarde, Fina murió en la Ciudad de México a causa de una fiebre puerperal, pero con el espíritu tranquilo y libre de pecado.

¿Tú qué piensas? ¿Romance de época o eventos desafortunados?

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Donde pone el ojo, pone la bala: Pancho Villa y Luz Corral, la única esposa legítima

Pancho Villa, también conocido como el Centauro del Norte, fue uno de los héroes de la Revolución, asunto que le dio bastante fama. No obstante, era bien conocido en la comarca por los innumerables romances que tuvo a lo largo de su vida. Estuvo casado –mejor dicho juntado– al menos 20 veces, mientras que bajita la mano dejó 26 hijos regados; sin embargo, sólo se casó con una mujer por el civil y la iglesia. ¿Quién fue la mera mera?

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Se llamaba Luz Corral. Los primeros conflictos de la Revolución llevaron a Pancho Villa hasta San Andrés, Chihuahua. La madre de Luz tenía una tienda de abarrotes, a la que Villa llegó un día como no queriendo la cosa. Allí se fijó en la muchacha que se encontraba en la trastienda. La señora la llamó para que ayudara con café, azúcar y harina para los revolucionarios, cuando Villa se percató de que estaba muy nerviosa. Tan aguzado, juguetón y atrevido como debió ser este hombre, le dirigió la palabra y su tremendo vozarrón terminó por asustarla aún más. Sin saberlo, la había elegido. Y por sus pistolas, dos años después se la llevó.

“Con palabras francas me dijo de su amor –relata Corral en sus memorias, Villa en la intimidad– y de su vida solitaria y errante, que tenía la esperanza de que pronto terminaría la Revolución y que quería, más que todo en el mundo, tener un hogar”. Después de todo, nadie podía negarle nada a Villa o terminaba a 2 metros bajo tierra, de ahí que aceptó quedarse a su lado. Contaba entre risas que sólo bastó con decir que era la novia de Pancho Villa, para que le entregaran un vestido de manera urgente para su boda, donde supuestamente se habían agotado; era el único sitio en el pueblo.

Desde entonces, Luz Corral permaneció fiel, hasta que el Centauro del Norte fue asesinado, e incluso después. La señora Corral de Villa se convirtió en una viuda muy joven, pues apenas tenía 30 años cuando esto sucedió, para nunca más volver a casarse. En este tiempo, se dedicó a cuidar su casa, en memoria del único hombre que amó en su vida; también sostuvo un orfanato con 50 niñas y adolescentes, y comenzó a reunir objetos valiosos del General para exhibirlos en el inmueble que le fue regalado como casa habitación por su marido. Hoy en día, es una casa museo.

¿Qué opinas acerca de ambas historias? ¿Es lo que imaginas al ver sus fotografías? Cuéntanos en comentarios si conoces otros romances históricos dignos de recordar.

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