LEYENDA YUCATECA DE LA SIEMPREVIVA: Una triste historia de amor

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Desde tiempos prehispánicos, la siempreviva ha sido una planta existente en la península de Yucatán. Tanto así, que su belleza inspiró una leyenda narrada hasta nuestros días de generación en generación. Sin embargo, no es tan conocida como otras, por lo que debemos seguirla contando para preservar la tradición maya, así como su forma de entender el mundo.

¿La has escuchado? Si no, descúbrela a continuación.

Una voz misteriosa

Una mañana, un viajero caminaba por los senderos de la Riviera Maya. Había llovido, por lo que el suelo se encontraba húmedo, y el viento bañaba los caminos de brisa ligera. De pronto, el hombre escuchó un sonido; prestó atención, y se percató de que era la voz de alguien hablando. Le dirigía la palabra, decía:

—¿Eres tú, Balam?

El viajero esperó encontrar a una persona, pero después de buscarla mucho, descubrió que la voz provenía de una plantita. Era una siempreviva que se encontraba sembrada a un costado del sendero. Fuera por curiosidad o superstición, él le respondió:

—¿Quién eres y por qué me llamas por un nombre que no es el mío?

La flor, desilusionada, replicó:

—Entonces tú no eres mi Balam, ni me conoces… pero, si me escuchas con atención, te contaré mi historia.

Entonces el hombre se sentó para oír el relato de la siempreviva. 

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Un amor prohibido

Ella le dijo que en otra vida había sido una mujer, y que se desempeñaba como sacerdotisa en el templo, por lo que sólo podía dedicar su amor a los dioses y no a los mortales. Su padre era un hombre muy respetado en la tribu, pues gozaba de buena posición. Sin embargo, como es de esperarse, un día conoció a un joven llamado Balam y no pudo evitar caer enamorada de él. Comenzaron a tener un romance a espaldas del señor, pero éste no tardó en enterarse y tomó una decisión terrible.

Para terminar con ello, optó por sacrificar a su hija a los pies del dios rojo Kinich, como un castigo ejemplar; y para hacerlo todavía más trágico, ocurriría frente a su enamorado, para que presenciara las consecuencias de su comportamiento.

El trágico día llegó, pintaron y vistieron a la sacerdotisa como aquellos que mueren sacrificados a Kinich. Fue llevada y colocada en el templo, ante la mirada desesperada de Balam. Pero, tras sentir un profundo dolor en su pecho desgarrado, su corazón aún palpitante se desprendió de las manos del sumo sacerdote, y rodó por las escalinatas del templo hasta los pies de su amado, quien escuchó una voz decirle:

—Tómame, soy tuya.

En ese momento, tomó el órgano ensangrentado y logró escapar con él en las manos, sin que nadie osara impedirlo. Así, a la claridad de una noche de luna llena, lo llevó a enterrar a orillas del templo, prometiéndole que regresaría. Con el tiempo nació esta planta, reencarnación de la sacerdotisa, que espera sembrada el día que Balam vuelva y cumpla su promesa de amor, pues él nunca regresó.

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Un beso de lluvia

El viajero, conmovido tras escuchar la historia, acercó sus labios para besar a la florecita. En su interior, a la luz del crepúsculo, vio brillar una gota. Pudo ser rocío de la lluvia recién caída… o quizás una última lágrima que la siempreviva derramaba por su Balam.

¿Qué piensas tú? ¿Te gustó esta leyenda? ¿Esperarías por la eternidad a la persona que amas? ¡Cuéntanos en la sección de comentarios!

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